Al encabezar así este escrito, me gustaría comenzarlo recordando la interesantísima película del maestro Alfred Hitchcock, titulada en España con ese nombre La soga, traducción literal del original (Rope, 1948). Película de suspense, de situación, de retratos psicológicos en la que se plantea una visión del mal desde un planteamiento de suprematismo intelectual derivado de una pésima lectura de conceptos nietzscheanos como el superhombre (Übermensch) o la voluntad de poder (Der Wille zur Macht), que en ese momento, tras la guerra mundial, cierta intelectualidad anglosajona los quiso acercar al nazismo de una manera simplona y superficial.
Pero no quiero perderme en este interesante debate sobre el pensamiento y la obra de mi admirado Friedrich Nietzsche y sí tocar otros aspectos de la película que vienen más al caso.
Dos jóvenes y brillantes estudiantes asesinan fríamente a un compañero para más tarde demostrar su superioridad intelectual ante los invitados -familiares y conocidos de la víctima- a un coctel que organizan expresamente con tal fin. Rodada en un fantástico falso plano secuencia (lleno de maravillosos trucos) el director mantiene una sobresaliente tensión en todo el tiempo que dura la cinta desplegando una espectacular puesta en escena que demuestra sus habilidades cinematográficas y el profundo conocimiento de los mecanismos de la narración.
Los vínculos de este relato con las intenciones de este artículo son el método que utilizan para asesinar al compañero, la asfixia mediante una soga, y también ciertas connotaciones de un erotismo soterrado que emergen en el acto sádico del asesinato, evidenciándose un disfrute en el criminal y un último espasmo, podríamos que decir “placentero” en la víctima, en una intencionada escena de tensión sexual entre hombres.
Teseo - ¿Qué dices? ¿Ha muerto mi mujer? ¿Cómo es eso?
El coro - Se ha colgado de un lazo, que la ha estrangulado.
(Hipólito, Eurípides 428 a.C.)
El ahorcamiento. Una de las razones por las que me adentré en el fascinante mundo de El Columpio fue la de la preciosa y extraña metáfora construida en la creación de ese juego de balanceo. Asociar relajación y divertimento con el terrible hecho del suicidio de una joven que, ya muerta, queda meciendo a voluntad de la brisa. Nos movemos en esos extraños nexos entre placer y muerte que determinan como entendemos nuestra relación con el erotismo, en el que las pulsiones de placer y dolor son básicas en ese entramado formal y simbólico que es la sexualidad humana.
Este artículo es otro de los apuntes al margen que están surgiendo en el proceso de trabajo de este proyecto artístico y en el que me gustaría hacer un pequeño comentario sobre la conexión que existe entre las sogas y el sexo.
Todos los ahorcados mueren empalmados. Así cantaba, en 1982, el grupo vigués Siniestro Total, y aunque, como en muchas de sus canciones (Ayatollah no me toques la pirola o Aunque este es un frenopático te tiraré del ático, por ejemplo), lo que buscaban eran un ripio chabacano y provocador típico de punk patrio, el mensaje tiene un fundamento científico a partir del cual se han creado una serie de técnicas sexuales y parafilias que pretenden ampliar la sensación de placer.
Está muy bien estudiado por la medicina forense ese efecto de priapismo en las lesiones de la médula espinar cuyas consecuencias pueden llegar hasta la eyaculación. Estas sensaciones “placenteras” que se producen al forzar el estrangulamiento de la circulación de la sangre y, llevado al extremo, a la falta de oxígeno, produciendo hipoxia con un elevado nivel de CO2 en el cerebro y un brutal ascenso de la adrenalina, han sido un recurso de estímulo erótico bien documentado desde hace mucho tiempo. Practicado tradicionalmente por jóvenes esquimales como “juego de sofocación” con los nombres coloquiales de “ahumado” (smoke out) o “enrojecimiento” (red out) y traído a occidente desde oriente, donde era utilizado por las prostitutas para proporcionar un mayor placer a sus clientes o como tratamiento para la disfunción eréctil, es una práctica fetichista y sadomasoquista muy extendida que aparece a la luz cada cierto tiempo con algún caso relevante cuya resultado ha sido la muerte (algún político inglés, algún actor americano…).
Como todas las actividades humanas, aunque sean extrañas (o quizá por ello), estás prácticas han sido reflejadas en diversos formatos artísticos. Voy a mencionar dos películas en los márgenes de lo comercial, aunque han alcanzado gran repercusión y popularidad. La primera es una cinta del polémico fotógrafo y director americano Larry Clark, que realizó en el advenimiento del nuevo siglo un retrato sobre la juventud posindustrial del desapego, en el que nos muestra el fin de la inocencia. El director de la afamada Kids (1995) –un día de un grupo de jóvenes patinadores, no haciendo nada, bebiendo y fumando en la ciudad de Nueva York- filmó (junto a Ed Lachman) en 2002 Ken Park en la que se muestra la vida de varias familias de una pequeña población residencial americana, las complejas y desorientadas relaciones entre sus miembros y la iniciación, entre otras cosas, al sexo de los jóvenes. Película explícita y polémica en la que uno de los muchachos más problemáticos practica habitualmente la autoasfixia erótica, práctica que se ha convertido en muy común entre los jóvenes, llegando a estar presente en las redes sociales como comportamiento de riesgo –y muy peligroso- bajo denominaciones tan variadas como: agujero negro, oscurecimiento, electrocardiograma plano, pollo auténtico, mono del espacio, ruleta de sofocación, boqueada, hormigueo y fuera de combate…
La siguiente película a la que me voy a referir es un clásico de la polémica convertido en uno de los títulos de culto más importantes de la historia del cine. Me refiero a la producción franco-japonesa El imperio de los sentidos (Ai no corrida, 1976) escrita y dirigida por uno de los renovadores del cine nipón de los años 50 y 60 -junto al grupo de jóvenes que conformaron la Shochiku nuberu bagu, en paralelo a la nueva ola internacional como la Nouvelle vague francesa o el Free cinema británico-, el director Nagisa Oshima.
Una película que trata sobre el deseo extremo y las relaciones de posesión y dependencia que conlleva. Una entrega total a la unión carnal de los amantes, que abandonan la realidad para configurar una particular ajena al tiempo y al espacio, en una relación obsesiva y excesiva de pasiones en la que se descubre un sentido de la existencia que inevitablemente tiene que llevar a la muerte.
-Si te resistes, apretaré más fuerte.
-Sada, sabes que te pertenezco. Haz con mi cuerpo lo que quieras.
Y en un último acto, ella le aprieta el cuello con tal fuerza, superando todas las barreras de control, para llegar a la cima de la posesión carnal en un orgasmo final y definitivo, símbolo de una eterna unión.
Hasta ahora hemos hablado de la asfixia mediante el estrangulamiento por varias vías. Hablemos de cuerdas.
Kazuo Shiraga fue un artista japonés que formó parte del grupo Gutai, especializado en performances en los años 50-60. La performance es un formato artístico en el que el “objeto” (es interesante la definición de “objeto artístico” que en disciplinas como la música se configura y desaparece en el momento) de arte se desarrolla fundamentalmente a través del cuerpo y en relación con el espacio y el tiempo. Se podría entender como una ritualización del hecho cercana a las liturgias religiosas. Shiraga construyó su obra sobre la base de acciones en diversos lugares naturales o urbanos utilizando su cuerpo como generador tanto de situaciones como de una nueva formalidad. Por ejemplo, en Doro ni idomu/Challenging Mud (1955), una de sus performances más conocidas, se enfrenta a un montón de barro y piedras en una lucha “cuerpo a cuerpo” por moldear lo materiales hasta quedar exhausto y herido.
Un grueso fundamental de su trabajo lo conforma una serie de pinturas realizadas con una estrategia expresionista al modo de la tradición del expresionismo matérico y realizada con diversas partes de su cuerpo. Para poder abordar grandes lienzos desplegados en el suelo colocaba en el techo una soga y con ella se balanceaba y deslizaba por todo el fluido esparcido en la tela con la intención de dejar la impronta de su movimiento. Me recordó al desplazamiento de las jóvenes en el columpio ritual al pasar por encima de aberturas en el suelo con grandes tinajas de vino. Un espacio ritual de acción y la pintura como un abismo. Los resultados formales de estas pinturas tienen muchos puntos en común con las del artista austriaco Hermann Nitsch, especialista en la recreación contemporánea de los ritos dionisiacos. Dionisos siempre presente en estos asuntos.
Japón, por tradición, debido a su estructura social y cultural, tiende a la ritualización de amplias esferas de la vida y el mundo del erotismo no podía ser de otra manera. Una práctica sexual muy extendida tiene que ver con el uso de cuerdas con la intención de inmovilizar y someter el cuerpo. Estas, las cuerdas, han sido objeto de tradiciones, algunas milenarias, como el Jomon (“diseño de cuerdas”) técnica empleada para grabar piezas de alfarería, una de la más antiguas que se conocen.
El Shibari –también denominado con matices Kinbaku: “atadura” frente a “atar fuerte”- es una práctica erótica japonesa que podríamos ver como relativamente reciente, codificada a principios del siglo XX por entre otros el pintor Ito Seiu, que popularizó una forma de fetichismo sadomasoquista a partir de un arte marcial medieval utilizado por los samuráis como arma para la inmovilización y castigo de los prisioneros, el Hojojutsu. Una eficaz, potente y despiadada herramienta de control, con la que, mediante una serie de estratégicos nudos en puntos de dolor, sometían a voluntad a los arrestados. No eran simples ataduras prácticas, sino que se establecían unos sofisticados protocolos de patrones que dependían de la clase social de la víctima, del tipo de delito y de otra serie de condicionantes, llegando a configurar una exquisita y brutal técnica de castigo.
El sadismo (emparentado o no con el masoquismo) es una constante en una perversa interpretación del erotismo, y las herramientas de tortura siempre han sido utilizadas en ciertas variantes más o menos duras, como estrategia de excitación sexual. El uso de cuerdas no es exclusivo del mundo japonés, ya que podemos verlo, por ejemplo, en los libertinos franceses de siglo XVIII, cuyo representante máximo es –dando nombre a estas prácticas de dolor- Donatien Alphonse François de Sade. Una preciosa edición ilustrada de su Justine y los infortunios de la virtud de 1791 contiene, en un barroco juego de acrobacias imposibles, unos grabados en los que se representan variadas herramientas de tortura, incluido el uso de cuerda y poleas para inmovilizar y someter.
En Japón, en el que también existe una tradición de un sadismo cuya violencia es muy elevada, el uso de estas técnicas de control militar y policial fueron adentrándose en el escenario del erotismo. Su fue adaptando el punto de tensión de los nudos desde zonas de gran dolor a otras erógenas y, sin perder su esencia de sometimiento (no olvidemos que este principio es fundamental en la experiencia sadomasoquista), buscar una relación más estético-formal.
En occidente se ha puesto de moda entre ciertos sectores “alternativos” hipster –aunque cada más generalizado-, que intentan llevar estas prácticas marginales y radicales a una esfera artístico-espiritual algo desubicada, como la mayoría de las traducciones de disciplinas orientales movidas por una idealización new age, propia de las ansias de exotismo snob de occidente.
La tan estrecha relación que se establece en Japón entre el principio de vida y el de muerte mediante el erotismo lo refleja muy bien en su obra el fotógrafo Nobuyoshi Araki, quizá el artista que mejor ha concretado esa tensión. Incluso definió un concepto para su obra que lo sintetizaba todo: Erotos (Eros y Thanatos).
Artista radical, desarrolla una poética de lo extremo mediante una línea biográfica en la que su vínculo con el sexo marginal de prostitución y prácticas no convencionales es fundamental para entender esa tensión vital. Una importante serie de obras las ha centrado Araki en el Shibari, desde figuras en suspensión (tan similares a columpios humanos) a ataduras a medio camino entre la tradición occidental y oriental. Un heterodoxo siempre.
En occidente hay un equivalente de este erotismo marginal (detesto la actitud actual de “normalizar” lo que no es normal, eliminando así toda capacidad de sorpresa, de misterio, de excepcionalidad y de diferencia) que tiene las características propias de la violencia (con el Shibari aquí se intenta poetizar lo que siempre ha sido perverso y oscuro). El bondage es una práctica contemporánea heredera de los usos de la violencia del sometimiento y el abuso. Prácticas que en los códigos actuales se mueven en un consenso limitado entre víctima y verdugo, pero que nacen de impulsos sádicos criminales que canalizan, de una manera ritualizada, los instintos de necesidad del sádico y de deseo del masoquista.
Independientemente de su práctica, que comporta unos gustos y querencias especiales, hay una evidente cuestión estética de parafernalia formal en estas puestas en escena sexuales que configuran un marco de fantasía, de irrealidad y suplantación de la normalidad generando un deseo morboso.
(Revista gráfica underground y casi clandestina, dedicada al fetichismo, bondage y sadomasoquismo editada (1946-1955) por el dibujante y fotógrafo John Willie.)
Que existe una relación entre muerte y erotismo, entre dolor y placer parece bastante claro. Habrá que seguir leyendo con atención a Georges Bataille que con tanta intención hizo por explicarnos estos misterios. En todo esto, deberíamos de partir de nuestra conciencia de la muerte y del consiguiente terror a la nada: “No se trata de esperar un mundo en el cual ya no quedarían razones para el terror, un mundo en el cual el erotismo y la muerte se encontrarían según los modos de una mecánica. Se trata de que el hombre sí puede superar lo que le espanta, puede mirarlo de frente.” El amor, el deseo y la pasión son mecanismos que nos ayudan a mirar de frente esos terrores y a los ojos de la muerte: “Hay un paso de la actitud normal al deseo, una fascinación fundamental por la muerte. Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas.” Y nos señala como Sade expresó esto de una clara y singular manera: “No hay mejor medio para familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina”.
Fedra, una de las “notables damas ahorcadas” –siempre muertas por amor- de la antigüedad, canaliza su pasión irrefrenable, y no correspondida, hacia Hipólito (hijo de su esposo Teseo) entendiendo que tras esos extremos sentimientos la vida a llegado a un punto de no retorno y utiliza un medio simbólico para ponerle fin. La horca, el columpio, una forma ritual de sexo y muerte.