Dionisos, el vino y las borracheras sagradas


Quattro vetri. Vidrio fundido y acrílico. Jaime García, 2007. De Tres estancias de un apartamento burgués. Salón.


“Después de esto –prosiguió el relato Aristodemo-, una vez que se acomodó Sócrates y acabaron de comer él y los demás, hicieron libaciones y tras haber cantado en honor del dios y haber cumplido los demás ritos acostumbrados, se dedicaron a beber.”

El banquete

Platón, finales s. IV a.C.




Así se prepararon para la sobremesa, los invitados a casa del poeta Agatón -para la celebración de su victoria en el certamen trágico-, que propició la obra de Platón llamada popularmente El banquete, aunque tendríamos que referirnos a ella como El simposio (sympósion) que es realmente el coloquio posterior al banquete (deípnon o syndeipnon) que se desarrolla en este texto del filósofo ateniense.

Era costumbre entre los ciudadanos griegos tener una distendida conversación tras la comida, que trascurría entre vino, música, fragancias, bellos muchachos y bailarinas, generando todo ello un ambiente jovial de fraternal camaradería con el cual se “adormecen las penas y se despierta el instinto amoroso” (Jonefonte), precisamente el tema propuesto por Erixímaco para el citado simposio.

Escena de simposio. Fresco en la Tumba del nadador, Paestum, 480-470 a. C. Foto Velvet CCBY-SA 3.0.


Anteriormente en este Cuaderno escribí dos artículos sobre aspectos muy relacionados con el proyecto que estoy concluyendo para ser expuesto el próximo otoño. Los asuntos tratados versaban alrededor del bosque y de las sogas, objetos fundamentales para entender El Columpio. El tema de este escrito es igual de importante o quizá más, ya que es primordial para el desarrollo de toda la historia, siendo los primeros consecuencias y este la causa. La creación de el columpio (a partir del suicidio por ahorcamiento de Erígone tras descubrir que su padre Icario había sido asesinado) se debe a una borrachera. Podríamos decir que, según este relato mitológico, estaríamos hablando de la primera borrachera entre humanos. Vuelvo a recordar los hechos, en los que Icario, noble ateniense (y parece ser, según algunas fuentes, que poeta trágico) acoge a Dionisos cuando vuelve a Tracia tras sus viajes por Oriente, y como muestra de gratitud, “el nacido dos veces” le ofrece al ateniense la vid y los secretos para la elaboración del vino, haciéndole de este modo el primer vitivinicultor entre los hombres. Tras la marcha de “el extranjero”, la realización de la vendimia y la posterior fermentación del jugo, Icario quiso compartir esta “mágica” bebida con los pastores de sus tierras. Estos bebieron el rico elixir llegando a sentir los efectos del alcohol, un inicial entusiasmo y desinhibición, seguido de una falta de coordinación y de dificultades para el habla, hasta que finalmente se les nubló completamente el sentido. Ya conocemos lo que sucedió después de esta fortuita borrachera. Ignorantes de los perversos efectos de la desconocida bebida, pensaron que la intención de Icario fue la de envenenarlos, y con una eufórica agresividad descontrolada, producida por la ingestión alcohólica, fueron en manada a castigar a su señor con la muerte.

Nos ha quedado una apacible y relajada distracción infantil a raíz de las nubladas consecuencias de una inesperada cogorza. Quizá Dionisos tendría que haber prevenido de los complejos, variados y contradictorios efectos del vino. Forma parte de la naturaleza de este dios, entre otras cosas, el desorden y el caos y es posible que por eso no lo hiciera.

El velero de Dionisos. Kilix ático de figuras negras ca. 530 a. C. Staatliche Antikensammlungen, Múnich.


Dionisos fue la última deidad en llegar al Olimpo. Se sentó junto a los demás dioses después de una vida de conflictos, tensiones, viajes y tras la creación de una legión de incondicionales seguidores. Sobre Dionisos, su religión, su influencia y demás características de este singular dios hay muchísimo escrito dada la importancia de su legado. Vamos a seguir al escritor británico Robert Graves para conocerlo un poco mejor:

Hera, tras descubrir la infidelidad de su esposo Zeus, hizo caer en una trampa a su amante, convenciéndola de que pidiera al dios que se le mostrara en su auténtica apariencia de poder divino. Tras esta revelación explosiva y destructora, la humana y embarazada Sémele murió. Zeus rescató a la criatura y la cosió a su muslo para que concluyera su gestación. Este niño era Dionisos. Tras su segundo nacimiento del rey de los dioses, los Titanes enviados por Hera lo encontraron, lo secuestraron y lo despedazaron para hervirlo en una caldera. De la sangre derramada en este martirio brotó un Granado. Rescatado, reconstruido y revivido por su abuela Rea, fue llevado a Orcómenos para ser educado como una niña. Ante la insistencia de la esposa de Zeus por encontrarlo y asesinarlo, este lo llevó al Helicón con las ninfas del Monte Nisa, donde fue criado con miel en una cueva hasta que alcanzó la virilidad. Tras inventar en ese monte sagrado el vino, finalmente fue descubierto por Hera, lo que hizo que tuviera que huir y vagar “por todo el mundo, acompañado de su tutor Sileno y un ejército salvaje de Sátiros y Ménades, armados con estacas entretejidas de hiedra y rematadas por una piña de pino –llamadas thyrsus- además de espadas, serpientes y unas bramaderas que sembraban el terror.” En primer lugar, se dirigió hacia Egipto para luchar contra los Titanes y restaurar al rey Amón. Luego tomó dirección a Oriente para ir a la India, teniendo por el camino una gran oposición a la que hizo frente, conquistando y fundando ciudades. Volvió a Occidente mientras propagaba la alegría y el terror por todas las tierras por las que pasaba, luchando contra las Amazonas en el Éfeso, siendo purificado por Rea de sus muchos crímenes en Frigia, ocultándose en la cueva marina de Tetis tras ser derrotado y perseguido por Licurgo, realizando grandes orgias en el monte Citerón a las que invitó a todas las mujeres de Tebas y haciendo que las ménades desmembraran al rey Penteo -dirigidas por su madre Ágave-, enamorándose en Naxos de Ariadna –abandonada por Teseo- y castigando en Argos a Perseo enloqueciendo a las mujeres argivas para que devoraran a sus hijos hasta que este erigiera un templo en su honor. “Finalmente, tras haber instaurado su culto en todo el mundo, Dionisos ascendió al cielo y se sienta ahora a la derecha de (su padre) Zeus”. (“Naturaleza y hechos de Dionisos”. Los mitos griegos)

Los viajes de Dionisos, Juan Carlos Friebe y Jaime García, 2009 (fragmentos).


El vino es una bebida creada en el entorno del Mediterráneo y como hemos visto, según nuestra tradición cultural y de pensamiento, llevada a cabo por Dionisos. El vino, su ingesta y las consecuencias de esta siempre siguieron al séquito de adeptos del “espíritu de la primavera”, como un elemento fundamental de su nueva religión, llegando a ser institucionalizado como parte de las festividades en su honor, en varias fiestas relacionadas con el ciclo agrario: las Dionisias rústicas del mes de diciembre, con procesiones de doncellas con cestas de frutas, sátiros burlones con falos en sus pértigas y travestidos imitando el efecto de las borracheras en la mujeres; las Leneas de enero en honor al lugar donde se hacía la pisada de la uva, en las que a través de mascaradas y espectáculos teatrales se invocaban a los espíritus de ultratumba para la protección de las cosechas; y las más importantes en febrero-marzo, las Antesterias en las que se abrían las jarras de la última cosecha y en varias jornadas, con gran ingesta de vino por parte de niños y adultos, se conmemoraba el desembarco de Dionisos y se establecía una peculiar e intensa relación con los espíritus de los muertos. En estas fiestas es cuando se celebraban los rituales del columpio, las Aiórai (ver “El columpio en los ritos dionisiacos: Entre el sexo y la muerte).

A. Esquifo de figuras rojas con una mujer bebiendo, 470-460 a. C. Colección Villa Getty.

B. Estamno de figuras rojas con mujeres abriendo jarras de vino ante la figura de Dionisos, finales siglo V a. C., Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.


Debido a la fuerza tanto simbólica como arquetípica de lo que representa este dios para la naturaleza humana, es normal que se haya impuesto esta interpretación mitológica del vino, aunque hay otros relatos que nos ofrecen otro origen para esta bebida. En el Antiguo Testamento (otro de los pilares de la civilización occidental) se nos cuenta una aparición alternativa del vino en la tierra y también una interesante historia del primer borracho. En el Génesis (del 6 al 9) se narra como Dios, arrepentido de haber creado a los humanos al ver que crecía su maldad y todos sus proyectos tendían siempre al mal, decide exterminarlos, estableciendo una alianza con “el único hombre justo, honrado y fiel a Dios”, Noé, para que él, su mujer, sus tres hijos y nueras, junto a una pareja de cada especie animal -construyendo una arca en la que refugiarse- se pudieran salvar del diluvio que iba a mandar sobre la tierra, con la intención de que desapareciera toda la vida y pudiera comenzar una nueva. Tras el fin de las terribles lluvias, la bajada de las aguas y la aparición de la tierra seca, una acción de gracias y la alianza entre Dios y Noé y sus descendientes, bajaron a tierra y está escrito que: “Noé que era agricultor, plantó la primera viña. Bebió su vino, se emborrachó y se quedó desnudo dentro de la tienda”. No se indica cómo llegó la vid a sus manos, pero siendo la “primera”, también el vino debió de ser el primero y por tanto Noé el primer beodo.

La embriaguez de Noé, Giovanni Bellini, ca. 1515. Museo de Bellas Artes y Arqueología, Besazón.


Siguiendo con los mitos mediterráneos, que nos hacen ver la importancia de esta bebida desde el punto de vista civilizatorio, existe en el antiguo Egipto una historia que muestra las cualidades integradoras del vino, a partir del relato de la personalidad dual de la diosa Hathor/Sekhment, la hija del gran Ra, que como Hathor era la diosa del amor, de la música, de la fertilidad y de carácter maternal, pero que cuando entraba en cólera se convertía en la diosa leona, fiera y sanguinaria Sekhment. Un relato mitológico, La destrucción de la humanidad, nos describe el carácter iracundo y cruel de la diosa. Irritado Ra con los humanos por dejar de adorarlo y conspirar contra él mandó a su hija convertida en leona a castigarlos. Llena de ira, fue tal el empeño que puso, que casi extermina a toda la humanidad sedienta como estaba de sangre humana. Ra viendo la desproporción del castigo decidió que parara, pero el ansia de venganza de su hija era tal que no pudo controlarla. Para apaciguarla decidió engañarla haciendo parecer que el vino que le ofrecía era sangre humana y así, después de ingerir 7.000 jarras, quedó satisfecha y en calma terminando con las matanzas. Fue entonces cuando Ra determinó que se instituyera la Festividad de la embriaguez en la que, en honor a su hija y para aplacar futuras iras, la ciudad bebería vino hasta emborracharse, emulando a la diosa y haciendo de esta bebida un símbolo de la sangre que aplacó su apetito asesino. El historiador greco-romano Plutarco, al describir las costumbres de los egipcios, nos explica la importancia del vino (bebida de prestigio consumida por reyes y sacerdotes y en celebraciones religiosas y ofrendas a dioses como la reseñada) con estas palabras: “el vino era la sangre de los que alguna vez habían luchado contra los dioses, y de los cuales, cuando cayeron y se mezclaron con la tierra, creyeron que las vides habían brotado. Esta es la razón por la que la embriaguez hace que los hombres pierdan los sentidos y los enloquezcan, ya que entonces se llenan de la sangre de sus antepasados"

A. Borrachos egipcios transportados. Dibujos anónimos de las pinturas murales de la tumba de Beni-Hassan, Minia, para el volumen 51 de Popular Science Monthly.

B. Escena de fiesta. Dibujos anónimos para Encyclopédie Autodidactique Quillet.


Nos hemos centrado en el Mediterráneo y en el vino como protagonista de estas enajenaciones alcohólicas rituales, pero podíamos remitirnos a la cerveza, bebida producida y consumida en casi todas las latitudes ya que proviene de la fermentación de diversos cereales, alimento básico de la nutrición humana en todos los continentes y no como la vid, que es un fruto singular específico de algunas regiones con unas condiciones climatológicas específicas. Los cereales, tubérculos o plantas suculentas han sido la materia prima para variadas bebidas fermentadas muy populares. Podemos hablar de otra gran fiesta en la América prehispánica, asimilada por la cultura y la religión de la Nueva España y que llega hasta la actualidad. Me refiero a la Fiesta de la borrachera (“de la borrachera de los grandes”, “de los bebedores del saber” o “de la borrachera espiritual”) en la población mejicana de Puebla. Una celebración realizada durante la Cuaresma, con ceremonias y rituales sincréticos en honor a la Santa Cruz, a la fertilidad, en la que se establece una intensa relación entre vivos y muertos, y en la que se reparte pulque, bebida obtenida de la fermentación de la pulpa del maguey –o agave-, muy relacionada con lo sagrado, y que su consumo hasta la embriaguez significaba una trasgresión y un renacimiento, y aunque su uso era restringido, en las festividades en honor a los muertos era permitido su consumo popular, lo que causaba grandes melopeas colectivas.

Mural de los bebedores, 200 d.C., Cholula, Puebla.


Pero volvamos a nuestro protagonista el vino. Aunque hemos visto que su origen mitológico lo situamos en Dionisos y en sus liturgias, o en Noé y el Nuevo Testamento, en realidad el nacimiento de la vid y en consecuencia del vino podemos localizarlo, según pruebas arqueológicas y paleontológicas (la ciencia siempre llega para eliminar la magia y el misterio) en las regiones montañosas que separan Anatolia y Oriente Medio de Rusia y el resto de Asia, confirmándose esta tesis por el descubrimiento de vestigios, de unos 6.000 años de antigüedad, de actividades vinícolas en una caverna de Armenia. Pero está claro que nos interesa más, por infinidad de razones, la explicación mitológica con toda su carga simbólica y poética que la prosaica y triste explicación científica, manteniéndose este relato mítico-religioso en el imaginario colectivo.

Me gustaría terminar señalando otro ejemplo del prestigio que tiene esta bebida desde un punto de vista de lo sagrado, de lo religioso y sus liturgias, en este caso uno que enlaza las dos tradiciones occidentales que nos llegan desde El Antiguo Testamento y de la mitología griega. Me refiero a la instauración de una liturgia esencial en el cristianismo, la Comunión. Jesús tiene una importante relación con el vino. Según San Mateo, cuando Jesús habló de San Juan Bautista después de recibir a sus discípulos dijo: “Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen que está endemoniado. Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que aquí tenéis a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,18-19). Además, en su vida existen varias historias que son fundamentales en su relación con esta bebida, la transmutación del agua en vino en las Bodas de Caná (igual que Dionisos hizo en su boda con Ariadna) y sobre todo la Santa Cena: “Del mismo modo, habiendo dado las gracias, tomó el cáliz y se lo tendió a sus discípulos diciendo –Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados” (Mt 26,27-28), identificándose de este modo el vino con la sangre, la pasión y la muerte de Cristo.

Las bodas de Caná. Bartolomé Esteban Murillo, ca. 1672, Barber Institute of Fine Arts, Birmingham.

La fiesta de los dioses: Las bodas de Baco y Ariadna. Hans Rottenhammer y Jan Brueghel el Viejo, 1602.

La última cena. Pascal Dagnan-Bouveret, 1896.


Sabemos que el cristianismo adoptó, en una inteligente estrategia para poder ser asimilado por pueblos paganos de tradición greco-latina (y también en Egipto) muchas de las características de la cultura donde se asentaban, del calendario, de cultos, etc. En esta táctica de equiparación se realiza una interesante operación (Justino en sus Apologías el primero) a través del martirio de la figura de Dionisos (con una relectura que elimina la parte caótica del dios, pero manteniendo su estrecha unión con la naturaleza y con las clases marginales) y de Jesucristo, identificando sus muertes violentas y sangrientas y sus resurrecciones. Aquí tiene un importante papel el vino, quizá, no como vehículo embriagador sino como medio de transcendencia, de posibilitar accesos a una nueva realidad, de una transformación espiritual, una enajenación sagrada.

Esto de las borracheras, como hemos visto, es algo complejo. Sabemos de su importancia cultural y de su impronta civilizatoria, debido a ese efecto “mágico” y transformador que ya sintieron los primeros humanos al descubrir las singulares sensaciones que producía la bebida que se obtenía tras la fermentación de la pulpa de algunos frutos, y quizá debido a esta alteración enajenante, el ámbito más propicio para su consumo haya sido el de la interpretación y búsqueda de nuevas realidades, en lo sagrado-religioso y en la actividad artística. Conocemos a un gran número de artistas que han llevado a cabo sus procesos de creación influidos por los efectos de las bebidas alcohólicas.

Pero también sabemos lo devastador que es en la “vida real” para personas incapaces de controlar esos poderosos efectos, viéndose arrastrados por momentáneas ilusiones de evasión y abandono hasta caer en una espiral de dependencia que las destruye a ellas y a sus familias, lo que ha conllevado en paralelo intentos reiterados de prohibición legal y control moral que se han ido produciendo en distintos momentos y lugares casi desde el momento de su nacimiento.

Como con todas las cosas complejas e importantes de nuestra realidad es difícil tener un solo y claro punto de vista. Es posible que la mesura y la prudencia sea una buena guía, pero en ciertas cuestiones del espíritu relacionadas con nuestra necesidad de transcendencia, se requiere en ocasiones, como hemos visto, del exceso. Quizá un borracho consciente y maravilloso poeta nos pueda dar algo de luz sobre esto con sus palabras:

“Beber es algo emocional. Te sacude frente a la estandarización de la vida de todos los días. Te lleva fuera de eso que es lo mismo siempre. Tira de tu cuerpo y de tu mente y los arroja contra la pared. Tengo la impresión de que beber es una forma de suicidio en el cuál se te permite regresar a la vida y comenzar de nuevo el día siguiente. Es matarte a ti mismo y después renacer. Creo que hasta ahora he vivido diez o quince mil vidas.” Charles Bukowski.

El triunfo de Baco o Los borrachos. Diego Velázquez, 1629, Museo del Prado, Madrid.