De valores y sentires. Nº7: Don Juan, 1 de noviembre

Juan. - ¿Y ese reloj?

Estatua. - Es la medida

               de tu tiempo.

Juan. - ¡Expira ya!

Estatua. – Sí; en cada grano se va

               un instante de tu vida.

Juan. - ¿Y esos me quedan no más?

Estatua. – Sí.

 

La fugacidad de la vida. Quizá sea esta una de las claves para comprender la figura mitológica de Don Juan.

Don Juan es uno de los pocos mitos occidentales que no nos llega de los clásicos greco-romanos. Es un mito moderno genuinamente español pero de repercusión universal. Arquetipo del transgresor de leyes humanas y divinas, pendenciero, arrogante, seductor y valiente, y en desafío constante a la muerte. Una posición en la vida de eterno insatisfecho.

Concretado como gran personaje literario en el barroco español por Tirso de Molina en “El Burlador de Sevilla y convidado de piedra” (1630), de él se han realizado multitud de interpretaciones o refundiciones tanto en el mundo hispánico como en el francés de Molière y Dumas, el italiano de Da Ponte, el inglés de Lord Byron o el ruso de Pushkin, por citar algunos de los más relevantes.

La historia de Don Juan se podría resumir así:

Tras seducir a una duquesa en Nápoles, tiene que huir de la ciudad, llegando a las costas de Tarragona, donde, en su fuga, continua con su carrera de seducción y engaño. Llega a Sevilla y allí, tras una apuesta, seduce a una inocente joven y luego mata a su padre, el comendador don Gonzalo, que acude a auxiliarla. Tiempo después, tras una ausencia de la ciudad, vuelve a Sevilla y en una iglesia ve la estatua del comendador sobre su tumba. Invita a la pétrea figura a cenar, tras la cual esta le devuelve la invitación esta vez junto a su sepulcro. Cuando Don Juan llega al convite, la estatua del comendador lo agarra de una mano y lo lleva a los infiernos.

En 1844, el poeta y dramaturgo romántico José Zorrilla y Moral, publicó “Don Juan Tenorio, drama religioso-fantástico en dos partes”, concebido, según nos cuenta él, en una noche de insomnio y redactado en veintiún días. Desde ese mismo año, con su primera representación, tuvo el favor del público llegando a convertirse en una obra fundamental de la cultura popular de habla española, representándose especialmente las vísperas y días de Todos los Santos.

La diferencia fundamental de la interpretación del mito por el poeta vallisoletano con respecto a sus precedentes, es la redención final de nuestro pendenciero, creando así un nuevo héroe romántico. En las versiones de Tirso, Claramonte, Zamora,… el vividor Don Juan sigue desafiando a los muertos y a la ley divina hasta sus últimos momentos, siendo por esto arrastrado hasta lo más profundo del infierno.

 

Juan. - …

     ¡Ah! Por doquiera que fui

     la razón atropellé,

     la virtud escarnecí

     y a la justicia burlé,

     y emponzoñé cuanto vi.

     Yo a las cabañas bajé

     y a los palacios subí,

     y a los claustros escalé;

     y pues tal mi vida fue,

     no, no hay perdón para mí

     ¡Mas ahí estáis todavía (a los fantasmas)

     con quietud pertinaz!

Dejadme morir en paz

     a solas con mi agonía.

 

El burlador Don Juan es vencido por el “candor e inocencia angelical de Doña Inés que rinde su corazón libertino” y queda dispuesto a someterse a las leyes sociales y como expresa tan ajustadamente Aniano Peña, el milagro de tal cambio es debido al “poder civilizador de la belleza”.

El éxito popular de esta obra teatral se debe a la efectividad del verso de Zorrilla, a su excelente técnica dramática y sobre todo a que plantea la posibilidad de redención, de arrepentimiento, de perdón, conclusión que llena de esperanza al público, y de gran emoción tras el sofisticado efecto teatral del final de pieza, en la que Don Juan, dispuesto a morir “a solas con su agonía” desafía a la estatua de Don Gonzalo,

Juan. –

¡Aparta, piedra fingida!

Suelta, suéltame esa mano,

que aún queda el último grano

en el reloj de mi vida.

Suéltala, que si es verdad

que un punto de constricción

da a un alma la salvación

de toda una eternidad,

yo, Santo Dios, creo en Ti:

si es mi maldad inaudita,

tu piedad es infinita…

¡Señor ten piedad de mí!

 

y de rodillas tiende al cielo su mano libre mientras sombras y esqueletos se abalanzan sobre él para arrastrarlo al infierno, cuando justo en ese instante se abre la tumba de Doña Inés tomando esta la mano de Don Juan para salvarlo.

El sacrificio del amor puro hace posible la redención. Un ejemplar drama Romántico.

 

Llegó el final de octubre, como dice Ortega, “días de melancólica otoñada”, y como intento hacer todos los años de una forma u otra, rindo homenaje a José Zorrilla y al Romanticismo español, sumándome a la tradición de representar este Don Juan la víspera del día de Todos los Santos. En esta ocasión, he realizado una edición de un “teatrillo” con siete estampas correspondientes a cada uno de los actos de la obra.

Señoras y señores, disfruten de la representación:


Puede ver la edición en este enlace: