“Tenía 50 años y no me había acostado con una mujer desde hacía cuatro. No tenía amigas. Las miraba cuando me cruzaba con ellas en la calle o donde quiera que las viese, pero la idea de tener una relación con una mujer -incluso en términos no sexuales- estaba más allá de mi imaginación. Tenía una hija de 6 años de edad nacida fuera de matrimonio. Vivía con su madre y yo pagaba una pensión de manutención. Había estado casado años antes, a los 35 años. El matrimonio duró dos años y medio. Mi mujer se divorció de mí. Solo una vez en mi vida había estado enamorado, pero ella murió de alcoholismo agudo. Murió a los 48 años, cuando yo tenía 38. Mi mujer era 12 años más joven que yo. Creo que también ha muerto, aunque no estoy seguro. Me escribió después de divorciarnos todas las navidades una larga carta durante 6 años. Yo nunca respondí…”
Este es el arranque de la novela Mujeres que Bukowski escribió en 1978, en la que narra cómo su alter ego Henry Chinaski deja su trabajo en la oficina de correos para dedicarse exclusivamente a la escritura. Nos cuenta, entre borracheras encadenadas y lecturas salvajes de poesía, una serie de relaciones sexuales y amorosas con un variopinto grupo de mujeres.
La novela va precedida de una cita del propio Chinaski: “Más de un hombre bueno ha acabado en el arroyo por culpa de una mujer”. Esta frase fue suficiente para que una amiga no se animara a leer este libro debido a una reacción “provocada por la influencia inconsciente de mis amigas feministas radicales”. Me sorprendió, ya que hubiera sido comprensible esta reacción tras la lectura de alguno de sus poemas o ciertos pasajes de esta narración realmente provocadores, pero esta cita me pareció inocente, incluso tierna y bastante ajustada a la realidad. Es cierto que esta afirmación podría presentarse emparejada a la declaración opuesta: “Más de una mujer ha acabado con la vida destrozada por culpa de un hombre”. Una afirmación no excluye la otra y son realmente ciertas las dos. En la actualidad hay una necesidad de plantear un razonamiento de equivalencias que no te haga parecer prejuicioso ni ofensivo. Pero la realidad, y sobre todo la ficción del arte, no es así. Cada uno de nosotros tiene un punto de vista particular sobre los diversos asuntos, fruto de experiencias personales que inciden o priorizan ciertos aspectos concretos. En este caso Chinaski expresa una de las líneas directrices de su relato: la relación de conflicto, de amor/odio con las mujeres. Hoy en día tendríamos que el leer el equivalente libro de, por ejemplo, Lydia Vance (una de las mujeres importantes en la novela) que mostrara la tortuosa relación con el escritor. Pero antes las cosas eran de otra manera.
Recuerdo como Bukowski, en los años 80, era una figura contracultural de culto, el maldito entre los malditos, amado por rockeros, por jóvenes escritores y por la crítica alternativa. Hoy creo que está demodé para el mundo de la cultura y seguro que irá desapareciendo de las bibliotecas de las universidades que cuidan con fervor la salud moral de nuestros jóvenes estudiantes.
El viernes 29 de septiembre de 1978, en horario de máxima audiencia se emitió en la televisión francesa el programa sobre libros y literatura Apostrophes, capitaneado por Bernard Pivot, que en esta ocasión estaba dedicado a la marginalidad y la escritura, y su estrella invitada fue el americano Bukowski. Apostrophes era un programa estrella en Francia y su presentador un personaje aclamado. Siendo un milagro cultural imposible de entender en otro país, no dejaba de estar afectado por la verborrea pedante de la intelectualidad francesa de finales de los 70. Es normal que en la Francia de Foucault, Derrida y Deleuze, dedicaran un programa a los “marginales”. Al debate fueron invitados Marcel Mermoz (escritor y editor), François Cavanna (escritor y dibujante), Catherine Paysan (poeta) y Gaston Ferdière (psiquiatra y poeta), y como espécimen muestra, el borracho Bukowski, para que diera testimonio de esa marginalidad literaria. Los intelectuales plantearon el programa como un “toma y daca” de ocurrencias geniales sobre la liberación del corsé de la cordura y la subversión del orden burgués por parte de los orillados.
El poeta antes de salir al plató se había pimplado dos botellas de un buen vino blanco -única condición impuesta para acudir al programa, por cuya asistencia la mayoría de escritores habría dado un brazo- y sacó otra al debate para terminarla bebiendo a morro. Realmente se estaba comportando como un marginal y eso empezó a incomodar y molestar a los invitados. ¡Bukowski, nos estás molestando y te voy a poner un puño en la cara! -le espetó Cavanna después de un rato. “Buk” no paraba de soltar impertinencias, interrumpir y ser maleducado, y como no entendía nada –la traducción simultánea del pinganillo no estaba ajustada a su nivel etílico- terminó por levantarse y fue sacado del estudio por su agente y su mujer. ¡Qué alivio para todos los presentes! ¡Por fin podrían hablar de marginalidad, pero sin marginales indeseables!
Charles Bukowski se fue haciendo famoso en los años 70 entre los editores y lectores de las numerosas revistas underground de literatura –además de su columna “Notas de un Viejo Verde” para varios diarios- de la Costa Oeste americana. Su reputación de borracho obsceno salvaje se fue consolidando en los numerosos recitales en garitos diversos, en los que su actitud desafiante hacia el público e irreverente hacia la literatura oficial –aunque con tono pausado- enfervorecía a un auditorio entregado, más cercano al público de un concierto de rock que el de un acto literario intelectual y coñazo. A finales de los 70, en plena efervescencia del punk y de otros movimientos descreídos, ya era un autor de culto tanto en EEUU como en Europa.
Poeta de vocación vital, en 1971 su editor John Martin –Black Sparrow Books- (daría para otro artículo la relación de lealtad de estas dos personas, que nos define muy bien su relación con la literatura) le propuso escribir una novela, para así intentar dar un salto de la esfera independiente a un mayor acceso de lectores. Este se puso manos a la obra y escribió de una sentada las 200 páginas de Post Office, en la que creó el personaje que describirá las peripecias vitales del escritor.
A Bukowski se le suele definir como borracho, obsceno, machista y misógino. Sin duda alguna era un borracho empedernido. Se lo bebía todo, en cualquier orden y momento (“Ese es el problema de la bebida, pensé mientras me servía un trago. Si ocurre algo malo, bebes para olvidar; si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo; si no pasa nada, bebes para que pase algo”). También se puede decir que era un obsceno. No dejaba espacio en su escritura para ningún tipo de eufemismo, y las imágenes metafóricas no formaban parte de su apuesta estilística. El éxito de su escritura fue desarrollar una poderosa poética de la vulgaridad, en sus dos acepciones, “Común o general, por contraposición a especial o técnico” y “Que es impropio de personas cultas y educadas”; de lo cotidiano y de lo soez. Desprecia la actitud política de la creación –en general desprecia con fruición a los políticos- y solo le interesa mostrar de la manera más clara los conflictos entre individuos y de estos con la sociedad, a la que detestaba. Inclasificable escritor que odiaba el mundo de la literatura y que escribía con la misma predisposición que acudía al hipódromo o abría una botella de whisky, algo consustancial a su vida.
1. m. Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres.
2. m. Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón.
Si tenemos en cuenta las dos definiciones del DRAE, no estoy tan seguro que Bokowski fuera un machista. Realmente no era un tipo elegante, ni caballeroso y podía resultar ofensivo y bastante maleducado. Reconozco esta descripción en muchas feministas o en personas “no adscritas”. Lo que sí tengo bastante claro es que no era un misógino. Es cierto que para un tipo de escritura como la suya -podíamos llamar desprejuiciada-, es muy tentador definirla con esos calificativos y por extensión a la persona. Podemos decir que un misántropo –y creo que este sí es un adjetivo adecuado para él- es evidentemente misógino: odia a hombres y a mujeres por igual, como grupo, pero no odia a las personas en particular. Bukowski detesta a la sociedad, pero no para luchar contra ella, sino más bien para quedarse al margen. (“No entendía la televisión. Me parecía estúpido pagar para ir a ver una película o al teatro, y sentarme junto a otra gente para compartir emociones. Las fiestas me ponían enfermo. Odiaba la comedieta, el juego sucio, el flirteo, los borrachos aficionados, los coñazos.”). Para él, la relación con las mujeres evidencia con claridad el eterno conflicto entre sexos, que no deja de ser un extremo conflicto de intereses, en el que posiciones distintas colisionan en la defensa de estos. Bokowski nos muestra esto sin recurrir a la hipocresía como filtro de sociabilidad, al manual de buenas costumbres o a las estrategias de resolución de conflictos. (“La educación era la nueva divinidad y los hombres educados los nuevos poderosos hacendados.”)
Realmente amaba a las mujeres y aunque parezca imposible, toda su literatura tiene un poso de ternura e inocencia que refleja a un hombre alejado del nihilismo machista.
La recopilación realizada por Abel Debritto en 2016 para la Colección Visor de Poesía, titulada Amor, nos da una visión panorámica de la importancia de las relaciones para el poeta y como estas fueron variadas, intensas, tóxicas o divertidas, y repletas de emociones que están más cerca de la realidad que las distintas visiones estereotipadas tanto de la “izquierda buenista” como de la “derecha puritana”.
El viejo escritor borracho pasó sus últimos años en una tranquila y acogedora casa de San Pedro, Los Ángeles, junto a Linda Lee –la dueña de un restaurante de comida saludable y Sara en sus novelas-, mujer que decidió desde la libertad y en igualdad, compartir gran parte de su vida con el viejo, sus botellas de vino, sus gatos, su radio con música clásica y su máquina de escribir.
LA DUCHA
nos gusta ducharnos después
(me gusta el agua más caliente que a ella)
y siempre tiene la cara suave y serena
y primero me lava ella
me enjabona los huevos
los levanta
los estruja,
luego frota la polla:
-oye, ¡todavía está dura!
luego me limpia el vello…
la tripa, la espalda, el cuello, las piernas,
sonrío sonrío sonrío
y luego le lavo…
primero el coño, me
coloco detrás de ella, con la polla entre las nalgas
le enjabono con delicadeza los pelos del coño
con movimientos relajantes,
me entretengo más de la cuenta,
luego paso a las piernas por detrás, el culo,
la espalda, la nuca, le doy la vuelta, la beso,
le enjabono los pechos, se los froto, la tripa, el cuello,
las piernas por delante, los tobillos, los pies,
y luego otra vez el coño para que me dé suerte…
nos besamos de nuevo y ella sale primero,
se seca, a veces canta mientras sigo duchándome,
pongo el agua más caliente,
disfrutando del milagro del amor
y luego salgo…
suele ser media tarde, a una hora tranquila,
y mientras nos vestimos hablamos
de lo que haremos,
pero estar juntos lo soluciona casi todo,
de hecho, lo soluciona todo
mientras esas cosas sigan resueltas
en la historia de la mujer y el
hombre, es diferente en cada caso
mejor y peor en cada caso…
para mí es tan magnífico como para recordarlo
más allá de la marcha de los ejércitos
y los caballos que recorren la calle
más allá de los recuerdos de dolor y derrota e infelicidad:
Linda, tú me lo has traído,
cuando te lo lleves
hazlo poco a poco y con ternura
hazlo como si muriera en sueños y no
en vida, amén.
(Traducción Abel Debritto)