Este es el título de la película que Pedro Almodóvar realizó en 2003, escrita junto a Gonzalo Garcés y protagonizada por Gael García Bernal, Fele Martínez y Daniel Giménez Cacho.
Este relato, que se adentra en los entresijos de la creación cinematográfica -recurso que Almodóvar ha utilizado en varias de sus obras: Átame (1989), La flor de mi secreto (1995) y Dolor y gloria (2019)- nos cuenta la vida de dos adolescentes que sufrieron abusos sexuales por uno de los maestros de su colegio, y las pasionales y tormentosas relaciones que establece este (supuesto) trio una vez que los jóvenes ya son adultos, mezclándose la realidad con el guion para un film llamado “La visita”.
Hubo un tiempo en el que pensé que Pedro Almodóvar llegaría a ser uno de los mas grandes directores europeos, compitiendo de igual a igual con Luis García Berlanga y Luis Buñuel. La madurez artística podía hacer de este grandísimo narrador de historias visuales, con un exquisito lenguaje formal y una natural propensión a la creación de singulares relatos de relaciones personales con fuerte impacto emocional, uno de los grandes de la historia. Con el tiempo voy teniendo la impresión de que la autocomplacencia y la perdida de la visión personal y sin prejuicios de su primera época lo están llevando a cometer los peores vicios de nuestro cine patrio.
Esta película no trata realmente de la educación en el colegio –el título inicial era “La visita” - sino que este contexto le viene muy bien al director para encajar una historia de relaciones de poder entre adultos y adolescentes, siempre tan complejas, relaciones de las que llegan a desaparecer las barreras morales, y de las consecuencias de estas en un futuro.
Al ser el de la escuela un momento fundamental en la vida de las personas y reconocible por cada uno de nosotros, ha llegado a conformarse un subgénero cinematográfico en el que una gran colección de películas nos ofrece una visión del colegio en distintos momentos y desde diferentes puntos de vista. Desde retratos sociales a través de la mirada de la niñez a recorridos vitales con la escuela como escenario. Hay algunas de ellas que han marcado un hito generacional mostrándonos una forma de entender la educación y los centros de enseñanza. Citaré algunos de los que me parecen han sido más influyentes:
Cero en conducta -Zéro de conduite-. Jean Vigo, 1933
Película que nos muestra la rebelión de los estudiantes ante un sistema educativo represivo y burocrático.
Los 400 golpes –Les quatre cents coups-. François Truffaut, 1959
Día a día de un adolescente parisino de barrio al que su metafórico “deseo de ver el mar” le lleva a enfrentarse a su familia y a la escuela, y por lo que sufrirá las consecuencias del Estado.
Rebelión en las aulas –To Sir, with love-. James Clavell, 1967
Primera película de instituto de barrio conflictivo en las que los estudiantes no encajan el sistema educativo y un nuevo profesor los anima mediante un método personal y creativo.
El club de los poetas muertos –Dead poets society-. Peter Weir, 1989
Un canto de amor a la literatura, al arte, frente a una sociedad pragmática
Cada uno de nosotros tenemos nuestra “película” de escuela. Nuestro relato de ese periodo tan importante y que configura a la persona que llegamos a ser en el futuro, cuyos recuerdos, para bien o para mal, tenemos marcados indeleblemente.
Mi generación, la nacida en los años 70 cierra un ciclo de la educación en nuestro país. Yo estudié en un colegio que se inauguró en el año 56 con el nombre de División Azul. No me enteré de por qué se llamaba así hasta que, cursando 5º (de EGB, claro), le cambiaron este nombre por el de nuestro director que ya llegaba a su jubilación, Don José Hurtado. División Azul me parecía un nombre muy abstracto y misterioso, con cierta poética, formado por elementos matemáticos y artísticos, algo así como la sublimación del cálculo. Tengo la impresión de que el ambiente en el que vivíamos estaba tan poco ideologizado –en un sentido o en otro- que ese nombre no tenía connotaciones. Solo era una nomenclatura neutra. El colegio del barrio. Nuestro colegio.
Tenía dos patios, en un principio uno era para las chicas –de chino blanco y más soleado- y el otro para los chicos –con el firme de cemento y algo sombrío-. La planta baja era para los pequeños y la alta para los del segundo ciclo a partir de 5º. Así como enterramos su nombre original, también jubilamos a todos los viejos maestros. Recuerdo que en Párvulos tuvimos a la maestra más vieja del centro y la que ejercía la más férrea disciplina, Doña Paquita. En 2º nos dio clase Don Manuel, un maestro que tenía por mí un gran aprecio y del que guardo un muy grato recuerdo. Maestro de manos enormes, cejas peludas, cara enjuta y gafas de pasta, siempre con traje marrón y corbata de rayas setentonas. Uno de los de antes.
De las aulas, muy luminosas, recuerdo la gran pizarra oscura al fondo, las filas bien alineadas de sillas y mesas individuales de melamina marrón, las tablas de multiplicar, los dictados, los ríos y montañas… nada demasiado especial. Las clases de gimnasia básicamente se resumían en que el maestro abría los toriles y salíamos al patio desbocados a jugar al futbol. De vez en cuando hacíamos algún ejercicio de subir y bajar los brazos al “un, dos, un dos” del viejo maestro. Doña Dorita, maestra de 4º no salía ni al patio. Era una agradable mujer siempre bien arreglada con su pañuelo al cuello y su pelo cardado. Ya era mayor cuando fue mi maestra y seguía igual cuando, ya jubilada y yo adulto, la encontraba por el barrio.
Hablando de cine, teníamos una sala justo frente al colegio, el Cine Alhambra, al que alguna vez escapamos por la tarde y recuerdo que una vez programaron un maratón de películas entre la que pudimos ver Hair. Relación con el cine también tiene la mayor polémica que sucedió en el colegio en ese periodo. En la clase de 8º B –la de inglés, yo estaba en el A de francés- estudiaba el hijo del dueño –o del proyeccionista, no recuerdo ahora bien- del otro cine del barrio, el Príncipe, y un día, no sé por qué razón, tenían un proyector para algún trabajo y cuando quedaron solos sin maestra, el ya citado y un colega, pusieron unas colas de una película porno. Lo que debía ser un secreto sellado con pacto de sangre sufrió alguna fisura y alguien se fue de la lengua llegando a montarse un buen lío cuyas consecuencias no tengo del todo claras. En fin, una etapa de la que guardo un recuerdo bastante neutro pero agradable.
Todo este preámbulo viene a cuento de que, tras el anuncio de publicación en el BOE por parte de la ministra del ramo, he leído el “Real Decreto 217/2022, de 29 de marzo, por el que se establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria”. 219 páginas de la más árida “literatura” de pedagogía burocrática.
Este decreto junto a los de contenidos mínimos de primaria y de bachillerato forman parte de la última reforma educativa realizada en España tras la transición. La característica fundamental de estas leyes y reformas educativas es que siempre se han implantado sin el necesario consenso político (debería de ser el más importante pacto de Estado) y el criterio prevalente en sus redacciones ha sido el ideológico. En el periodo democrático hemos tenido en España multitud de reformas educativas a golpe de nuevo gobierno, que no han tenido ni tiempo para implantarse: LOECE (1980), LODE (1985), LOGSE (1990), LOPEG (1995), LOCE (2002), LOE (2006), LOMCE (2013) y por último la LOMLOE (2020)
Una característica fundamental de la educación en tiempos de Franco fue que se enmarcaba dentro de la visión nacional-católica del régimen. Por otra parte, también hay que señalar que en esa época se creó una importante red nacional de maestros implantada en todos los territorios y con una sólida formación, además de una excelente educación secundaria sustentada por los Catedráticos de Bachillerato. Es verdad que la educación fue la única opción de ascenso social mediante un sistema de becas de mérito que posibilitaba un acceso en igualdad, a diferentes capas de la sociedad, a estudios medios y superiores.
Como hemos visto en el listado anterior de películas, en esa época existía en las escuelas una férrea disciplina y la formación mayoritariamente se basaba en valores que podríamos definir como conservadores. Un ejemplo de esto podemos verlo en la educación republicana francesa. Es verdad que este férreo sistema educativo necesitaba de ciertas reformas que actualizaran los métodos adaptándolos a las nuevas sociedades posindustriales. En España con el nuevo tiempo democrático, además, era imprescindible limpiar de ideología casposa la educación de nuestros jóvenes.
Educación. Si atendemos a la segunda acepción del diccionario de la RAE: “2. f. Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes”, esta debería quedar en su mayor parte en el ámbito familiar y social, quedando solo en manos del Estado una básica formación constitucional democrática de derechos y deberes. Su tercera acepción: “3. f. Instrucción por medio de la acción docente”, creo que es la apropiada al ámbito al que nos estamos refiriendo en este artículo. (Por eso nunca he sido muy partidario de denominar de Educación al ministerio encargado).
Creo, como principio básico que la “educación” tiene que alejarse del adoctrinamiento y centrarse en la ciencia y el pensamiento, el razonamiento y la erudición, la capacitación técnica y conceptual. Los “valores” deben formar parte, de manera envolvente, de todos los ámbitos sociales y estar presentes en las estrategias de pacto/consenso de los individuos de sociedades libres y democráticas.
Realmente ¿cuál queremos que sea la finalidad del periodo de formación de los jóvenes? Me parece que no tenemos muy claro la función de los distintos periodos de formación comúnmente establecidos: el primario, el medio y el superior, y solemos confundir el enfoque práctico dirigido a la formación de profesionales en las distintas actividades productivas y la formación intelectual que llevaría a configurar a los líderes necesarios en cualquier sociedad. Creo que aquí es donde radica el problema de los sistemas educativos.
En la España democrática, la mayoría de los sectores progresistas de la política han malinterpretado el espíritu democrático de igualdad de derechos y de oportunidades por un igualitarismo simplón que desvirtúa la formación, desincentiva el esfuerzo, desvaloriza los estudios y arruina el sistema productivo. Se ha producido un proceso gradual de devaluación de la “educación primaria” llegando a convertirla en una guardería, un jardín de juegos, con unos maestros (aunque esa palabra ya no existe) desmotivados, mal cualificados y mal pagados. Una etapa de formación intrascendente, aunque yo pienso que este es el momento fundamental en el que se tiene que transmitir al niño-individuo el real interés por el conocimiento, la necesidad del esfuerzo y la gratificación personal por los resultados. En definitiva, hacer llegar a los niños lo que significa la aventura del conocimiento. El Estado debería realizar una gran inversión económica en esta etapa de la formación fundamentalmente prestigiando al Maestro.
Por otro lado, la “educación media” se ha ido convirtiendo cada vez más en una trampa. Una formación confusa, engañosa, edulcorada en los contenidos y cuya finalidad real es revertir en positivas las estadísticas para crear la ilusión del triunfo del sistema: cada vez más alumnos con enseñanzas medias y menor abandono escolar. Si los alumnos no son capaces de afrontar con rigor unos exigentes estudios, porque en primaria no se les ha preparado adecuadamente, lo más fácil para el sistema es facilitar lo máximo posible el tránsito por los distintos cursos, eliminando los suspensos y las repeticiones, y si hay un abandono escolar prematuro, hacer obligatorio el estudio. Éxito seguro de la administración, aunque con estas políticas se genera un gran problema tanto individual para cada uno de los alumnos como socialmente. Se obliga a los alumnos a estudiar académicamente, aunque no quieran o no puedan y no se les ofrece una alternativa profesional que estimule las inquietudes de lo que llamamos “mal alumnado”. Como todos los alumnos tienen que ser iguales y con los mismos estudios, en realidad lo que se está haciendo es que no se permita que un joven pueda ser un buen fontanero, y se está limitando el potencial de estudiante brillante.
Los estudios medios tendrían que ser de alto nivel académico y de una potente formación en el conocimiento, favoreciendo que el estudiante enfoque con un buen criterio sus estudios superiores y que el que no quiera o no esté interesado pueda tener la posibilidad de dirigirse al mundo profesional con una buena formación, actualizada al tiempo tecnológico y a la demanda del sistema productivo, prestigiando de este modo el mundo profesional.
Y por último los estudios universitarios. España se ha llenado de universidades, alguna de ellas no ofrece un nivel mucho más alto que un buen bachillerato antiguo, llenas de estudios “sociales” de nueva creación y unas cada vez más devaluadas carreras clásicas. Pienso que sería necesaria una universidad pública gratuita de altísimo nivel en las carreras fundamentales, que formara a todos aquellos estudiantes de secundaria que hayan demostrado por rendimiento, interés y capacidades, una predisposición al estudio continuo. Futuros líderes encargados de transmitir el conocimiento a las siguientes generaciones. (Y al decir esta palabra es cuando el igualitarismo bien pensante se me echa encima)
También debería haber una estructura de escuelas superiores que con una mayoritaria participación de capital privado formara a todos los profesionales necesarios para los distintos sectores productivos, telecomunicaciones, construcción, agroalimentario, farmacéutico… Sería la mejor manera de responsabilidad social de la empresa, formar a sus futuros profesionales. En estas escuelas superiores se podrían integrar todos aquellos que en los estudios medios optaron por la formación profesional, no impidiendo de esta manera la formación de alto nivel de ningún estudiante.
Pienso que así tendríamos alumnos motivados por avanzar en el conocimiento, dotándoles de la posibilidad de un futuro con recursos y prestigio, y a otros por optar a alcanzar el mayor nivel de empleo en el sector profesional escogido. Leyendo las 219 páginas de decreto ley de contenidos mínimos de la ESO, en los que casi no se habla de ciencia ni conocimiento, pero sí que están trufadas de ideología anestesiante al uso de la nueva progresía (género, ecología y felicidad), me doy cuenta de que a lo que nos llevan todas estas reformas es a todo lo contrario, a una frustración del estudiante -el dotado y el menos dotado-, ya que sus esfuerzos no llegarán a tener recompensa, al haberse alejado del verdadero conocimiento por un lado y al habérsele cerrado las puertas a un futuro profesional. Realmente a esto sí que lo considero una “mala educación”.
Isaac Newton, Tomas Alba Edison, Marie Courie, Santiago Ramón y Cajal…
Pensemos en todas estas personas, por ejemplo. Pensemos en cómo se formaron y aprendieron, en cómo llegaron a ser lo que fueron, en lo importantes que han sido para muchas generaciones posteriores.
No creamos que el mundo empezó ayer y que nuestro momento es el único a tener en cuenta. Aprendamos realmente del pasado, eliminemos lo que ya no nos vale, pero no perdamos de vista quienes somos.