Nunca he entendido el recurrente y manido conjunto de frases, “desperdiciamos un tercio de nuestra vida durmiendo. Ya dormiré cuando esté muerto. Hay que aprovechar la vida”. Además de ser un contrasentido desde el punto de vista de la lógica, ya que si estás muerto, se acabó el dormir, creo que es un planteamiento basado en un gran error conceptual, ¿quién ha dicho que durmiendo no se vive la vida? Recuerdo de pequeño el placer de acostarme en mi cama vestida con un “milhojas” de mantas Grazalema y Manterol para aplacar el terrible frío en los inviernos de las casas granadinas. Meter la cabeza bajo ellas, acurrucarme y calentar ese saco con el propio aliento, mientras pensaba en las cosas que me gustaría hacer al día siguiente y reflexionaba sobre lo ocurrido el día que acababa, así hasta que el sueño iba llegando poco a poco, poco a poco, hasta que… ¡Habrá mayor placer! El sueño nos permite, además de un descanso muscular, una puesta a punto del cerebro eliminando detritus celulares que acabarían en las neuronas (como pasa en el Alzheimer), también las neuronas estrechan vínculos, muestrean enlaces, se reorganizan y ordenan la información. En todo este proceso se genera una serie de imágenes en nuestro cerebro.
¿Qué es real y que es sueño? “Es verdad, pues reprimamos/ esta fiera condición,/ esta furia, esta ambición,/ por si alguna vez soñamos, y sí haremos, pues estamos/ en un mundo tan singular,/ que el vivir es soñar, y la experiencia me enseña/ que el hombre que vive sueña hasta despertar.” “La vida es sueño” (2ª versión 1635), Calderón de la Barca.
Nos dice Calderón, en su magnífica parábola literaria que “que toda la vida es sueño, y los sueños sueños son”. Es fantástica la eficacia del arte para dar ciertas respuestas. Aun así, es la principal tarea de la filosofía intentar definir y explicar que es la realidad, por lo que no creo que en estas líneas pueda siquiera esbozar alguna respuesta. Es verdad que esa pregunta me ha llevado tiempo de especulación, sobre todo en lo referente a la percepción, que se supone que uno de los ámbitos de trabajo de los artistas. Por ejemplo, el color rojo de mi saco de boxeo (representado en la fotografía), ¿es común para todo el mundo?, ¿o con los colores pasa igual que con los pequeños defectos en nuestra óptica ocular, que hace que unas personas no definan bien los objetos lejanos, cercanos, o que las líneas aparezcan con determinada inclinación. No digo ya la afectación por daltonismo, que evidencia una realidad paralela. Igual el rojo que yo percibo es “mi” rojo y por tanto forma parte de “mi” realidad. ¡Qué difícil es ajustar los colores en la imprenta o la elección de una pintura para la pared! Con el rojo que he puesto como ejemplo, no se nota tanto la complejidad al ser un color rotundo, pero cuando es un color claro, terciario y muy matizado, el conflicto es seguro. Los hechos que forman parte de nuestra realidad, podemos reconocerlos por el conjunto de sensaciones que producen en nuestro sistema nervioso y que almacenadas, son redivivas por el recuerdo. Pues creo que eso es exactamente lo que sucede con los sueños. Últimamente no duermo demasiado bien y suelo recordar gran parte de los sueños de cada noche, que me dejan una sensación persistente durante todo el día, un efecto físico. ¿Se podría decir que eso no es una vivencia?
Me gusta dormir y me gusta soñar (no confundir el sueño con la ensoñación. No soy nada “soñador”). Siempre he dormido bastante bien y los sueños me han ayudado a resolver muchas cuestiones relacionadas con mi trabajo. Mis sueños suelen ser parecidos tanto temática como formalmente, aunque podría destacar cuatro hitos que los definen muy bien. El primero es un sueño de adolescencia que lo recuerdo como si fuera ayer. En mi época de estudiante de secundaria, en la que el barrio granadino del Albaicín se convirtió en mi segunda casa, soñé que sobrevolaba la Carrera de Darro. Iba caminando para acceder al Primer Puente desde la calle Santa Ana, cuando comencé a trotar a la vez que agitaba los brazos arriba y abajo a modo de alas, cogiendo de esa forma poco a poco altura hasta ir despegándome del pavimento y ascendiendo hasta los tejados de los edificios. Volar requería de un esfuerzo, del movimiento de mis brazos para tomar la altura que después me permitiría planear en descensos vertiginosos y de nuevo ascender. Así, recorriendo la Carrera hasta llegar a la Cuesta del Chapiz, donde se producía el disfrute más espectacular, bajar casi a ras del suelo y girar 90º para adentrarme en el río a los pies de la Alhambra. Nuestra capacidad proyectiva es increíble. Está claro que yo nunca antes había sobrevolado ese espacio, pero mi conocimiento de la planta, las múltiples visiones realizadas durante mucho tiempo desde la Alhambra y desde el bajo Albaicín, hicieron que pudiera construir una visión cenital de todo el recorrido. A diferencia de otros sueños en este todos los detalles se ajustaban al espacio físico. Me pareció algo casi milagroso y puedo decir, sin faltar a la verdad, que he sobrevolado ese bello entorno granadino.
(Recreación del sueño mediante Google Earth)
Tampoco entiendo a los que dicen que no temen a la muerte.
Hay una serie de películas de Sir Alfred Joseph Hitchcock que me gustan mucho. Siempre me apetece ver las reposiciones que programan (cada vez menos) en TV. No importa las veces que las haya visto. Me gustan “Phyco” (1960), “Rope” (1948), “Rear window” (1954)…, pero hay dos que son mis preferidas y creo que dos de las mejores películas nunca filmadas. Una, “North by North west” (1959), uno de los grandes artefactos del entretenimiento de todos los tiempos, y dos, “Vertigo” (1958) que siempre (aún) me resultó perturbadora. Eugenio Trías en “Lo bello y lo siniestro” nos cuenta que “La película comienza mostrando un labio femenino pintado de morado, mortecino, como si fuese una imagen en blanco y negro coloreada. La cámara se eleva del labio a los ojos. Unos ojos que miran primero a la derecha, luego a la izquierda, de reojo, sin que la cara se mueva. La cámara enfoca el ojo izquierdo, que de pronto queda enrojecido (más adelante, en el sueño de Scottie, aparecerá la tumba vacía también enrojecida y con idénticas refulgencias siniestras). La cámara entra en el interior del ojo y se interna en la pupila. Del fondo de la pupila, como del fondo de un abismo cósmico, empiezan a brotar formas que invaden toda la pantalla sugiriendo un espacio infinito y absoluto donde la imagen envuelve en espiral al espectador. Primero una espiral roja y una segunda espiral azul, luego casi toda la gama de arco iris hasta formarse unos círculos concéntricos que forman el espectro del “ramillete de flores” de Carlota Valdés, uno de los leitmotiv de la película”. Con ese comienzo, uno puede intuir lo inquietante que puede ser.
Pues con esta película paso al segundo de los hitos de mis sueños. Durante una larga temporada, entre los 30 y los 40, tuve un sueño recurrente que lo expliqué mientras trabajaba en la obra “Ingrávido” (2012): “Nunca me ha importado confesar mi temor irracional por el momento de la muerte, generado por un incontenible deseo de vivir, con dolor, mermado en facultades, sólo, triste…, pero vivo. Este apego a la vida forma parte del reconocimiento del hecho de la propia existencia a través de la conciencia. La aprehensión de la vida mediante nuestro aparato sensible, la falta de fe en un mundo transvida, y la negación del alma como ente independiente a lo físico me impide identificar y visualizar otro estado, me impide “comprender” otra situación. Todo esto conlleva soportar el temor propio del que no puede entender ese cambio irremediable en que el yo-individuo con vida consciente, se convierte en objeto inanimado e inconsciente. El temor no es por el hecho en sí sino por la incapacidad de compresión. (En el sueño referido anteriormente, despierto sobresaltado y con vértigo al haber intentado reconocer un estado de inexistencia incomprensible para mí. Muero, pero soy incapaz de formalizar mi nueva situación. No entiendo “la nada”, no soy capaz de imaginarla y el pánico se apodera de mí”. (ver y escuchar)
El tercer hito no es nada original (aunque supongo que los otros tampoco). Me refiero a los sueños eróticos. Los he tenido durante toda mi vida, de temas variados, extraños, placenteros, alegres, siniestros… Le puse “Sueños” (una “ópera estática”) al cortometraje que realizamos a partir de las composiciones que hizo Frano Kakarigi para mi instalación “Tres estancias de un apartamento burgués. Eros” (2007), una exposición basada en las obras “La bacanal de los Andrios”, de Tiziano, “Las 120 jornadas de Sodoma” del Marqués de Sade, y en la poesía de San Juan de la Cruz, para poner de relieve tres aspectos del erotismo.
Mis sueños húmedos me suelen producir el mismo efecto desconcertante que, por ejemplo, “Mulholland Drive” (2001), película de mi admirado David Lynch. Nunca me interesó mucho el Surrealismo como movimiento artístico ni como teoría del automatismo simbólico, pero me parece que algunas obras son simplemente maravillosas. No entiendo a los sueños como un catálogo de símbolos para su interpretación, y aunque admiro y he leído con fruición a Freud, siempre me sedujo más como estudioso de la civilización que como psicoanalista. Me interesan mucho los sueños en el plano formal como generadores de sensaciones. Por eso me gusta mucho Lynch. A diferencia del citado thriller onírico de Hitchcock, en el que se nos desvela la situación para que sea entendida en un marco narrativo coherente, en la película de Lynch, los hechos suceden y la conexión entre ellos es incomprensible, y aún así, son planteados de una manera natural y lógica. Es lo que pasa en los sueños. Estamos en Sevilla y al girar la calle aparecemos en una plaza de París sin que cause el mayor asombro. Es natural. Todo continua y mientras hablas con tu acompañante su cara se ha trasformado en la de otra persona, pero tú sabes con quién estás hablando. Esta estructura de los sueños (por cierto, creo que no deberíamos confundirlos con la fantasía. Se pueden tener sueños fantásticos, si eres un fantasioso, o no, si no lo eres tanto) la lleva al extremo David Lynch en su último largometraje “Inland Empire” (2006) en la que crea una narración de situaciones solapadas, personajes mutantes y una singular relación del espacio-tiempo. Un sueño en estado puro.
He puesto estos dos ejemplos del cine de Lynch a los que podríamos sumar “Lost Highway” (1997). Si se fijan, las tres películas tienen el título de una referencia geográfica, dos reales (Mulholland Drive es una carretera de Los Ángeles, California, Inland Empire es el área metropolitana de Riverside-San Bernardino-Ontario, también en California) y otra ficticia (Lost Highway es un hotel). Y esto nos lleva al cuarto hito: Mis sueños suceden fundamentalmente en un entorno urbano, un espacio complejo de conexiones imposibles y recorridos estrafalarios. Espacios prácticamente vacíos y ciertamente conflictivos. Edificios, hoteles, escaleras, calles, caminos, plazas, metros, puentes. Siempre un recorrido con subidas, bajadas, carreras, huidas… Por eso me encanta el cine de Lynch. Es lo más parecido a uno de mis sueños. “El Sueño de Isabel”, obra de 2010, recoge algunas de los elementos que he comentado en este escrito, siendo esta una instalación concebida y realizada como un verdadero sueño.