No voy a ser yo quien escriba un artículo defendiendo al libro. No necesita Superman que Mortadelos salgan en su defensa.
Tengo una gran suerte. Mi hija de 14 años es lectora compulsiva y fruiciente. No solo le gusta leer sino que le gustan los libros. Dice, desde el naifato de la adolescencia, que es bibliófila, y para el nuevo estudio -en el que andamos enredados- me pide una biblioteca en su dormitorio. A mí esto, como se pueden imaginar, me encanta. Una adolescente que es capaz de leer en un fin de semana libros de 500 páginas y que además ¡quiere tenerlos ordenados en una biblioteca propia! No sé a donde llegará esto, pero como punto de partida no puede ser más estimulante.
Es muy cuidadosa con sus libros (con cualquier impreso que le interese). Es precavida en la lectura para no plegarlos ni forzarlos demasiado. (Se lo tengo dicho ¡a un libro de 500 páginas es difícil no forzarle el lomo!). Se enfada conmigo cuando cojo alguna de sus publicaciones, la zarandeo, abro, cierro, la tiro al suelo, le estiro las cubiertas, y le explico, a la vista de los efectos, que el libro es uno de los mejores, más importantes y más logrados inventos de la humanidad. Un libro bien editado es casi indestructible, aún sometido a las más inclementes situaciones (liberé hace poco una enciclopedia Salvat de 12 tomos después de un tiempo al sol y la lluvia y sin rasguño).
Por todo esto, no voy a escribir nada defendiendo algo que se defiende con su sola presencia.
Nicolás Torices, amigo y gran investigador, me comentó en los años 90, cuando la tecnología digital amenazaba ya con apropiarse de toda nuestra existencia, que el libro era un grandísimo invento, difícil de derribar. No solo por la tecnología de impresión y manufactura, sino porque había superado la época del papiro, en la que la información escrita se iba desplegando en un rollo continuo, sin la posibilidad de consultar rápidamente párrafos anteriores o crear una situación de textos simultáneos. Se establece una nueva manera de relacionarse con el conocimiento. Las textos en soportes digitales no dejan de ser un papiro sofisticado. El libro sin embargo se ha mostrado como una herramienta maravillosa para el disfrute de la lectura, la consulta para la investigación, y la capacidad de conservación a lo largo de la historia. Como le repito a mi hija (ya broma recurrente) uno de los más importantes inventos de la humanidad.
Ya lo he confesado en varias ocasiones, me gustan mucho los libros. He tenido la suerte de conocer a grandes amantes y coleccionistas de libros y también de poderme haber dedicado al diseño y edición de ellos. Los primeros libros que diseñé (junto a José García) fueron una estupenda aventura. El primero de ellos, una publicación para el Colegio de Aparejadores de Granada, que contenía los proyectos presentados al concurso para la rehabilitación de un edificio en la calle San Matías para su nueva sede (quiero agradecer a José Alberto Sánchez del Castillo, en ese momento secretario del COAAT de Granada, que confiara en nosotros en esos primeros años). Fue una publicación compleja, con mucha documentación que habían encargado a un fotógrafo reproducir. Muchos planos con diferentes criterios de representación, y un radical cambio de escala: documentos A0 representados en grosores 0,5 o menores tenían que ser llevados a un tamaño de 15X10 cm aproximadamente. Era un imposible llevar esto a cuatricomía como estaba planteado. Nuestro punto de vista (que fue reducir los planos a negro y añadir aparte lo que fuera color -todo sobre un bonito y neutro fondo plata- directamente en fotomecánica, prescindiendo de la reproducción fotográfica) coincidió con el de los impresores y por ahí desarrollamos la publicación. Fue una solución más eficaz, vistosa y económica. Dos principiantes supimos llevar a cabo un reto importante.
El segundo libro que realizamos fue el catálogo de nuestra exposición Cuarenta y 4 Razones de JGARCÍA. Para este libro -que era nuestra puesta en escena como artistas- pedimos una serie de textos -para que acompañaran nuestra obra- a varios amigos que en ese momento compartían intereses con nosotros: el arquitecto Paco Peña (que nos encargó la imagen y exposición del Plan de Infraestructuras de Ceuta), José Miguel Castillo Higueras (al que no puede dejar de agradecer todo lo que nos ayudó en esa época de aprendices), Antonio Jiménez Torrecillas (con el que andábamos en una exposición sobre “Arquitectura de tierra” y Julio Juste (que nos había presentado junto a Antonio Carvajal nuestro primer libro de artista titulado “...y una silla donde yo me siento”).
Con Julio Juste ya teníamos una incipiente relación y además coincidíamos en la imprenta muchas veces (nosotros, grandes admiradores de Julio antes de conocerle, investigamos en qué imprentas hacía esas publicaciones tan maravillosas y allí que nos dirigimos para hacer nuestros trabajos. Esa gente seguro que nos iban a entender. Y así fue. No he pisado otra imprenta desde comienzos de los 90).
JJ en cierto momento se preocupó porque no fuéramos capaces de resolver esta publicación. Quizá diéramos la impresión de ser algo dubitativos, pero era una cuestión de formas y presencia de jóvenes. En realidad lo teníamos todo muy claro y sabíamos como dominarlo. Julio me confesó, pasados unos años, que iba a intervenir para poner orden en la publicación, pero tanto los impresores como nosotros le hicimos ver que todo estaba controlado. Lo hicimos. Y lo hicimos resolviendo varios problemas presupuestarios. Cómo insertar el color en pliegos en negro y que la reproducción de 40 obras fuera factible, fue uno de esos grandes hallazgos.
El Instituto de América de Santa Fe, como depositario del archivo del artista Julio Juste, y determinado a realizar una labor de difusión y cuidado de su obra, me encargó la comisaría de una exposición sobre su obra gráfica (seriada, múltiple y reproductible).
Estoy terminando de definir el catálogo. Juan Antonio Jiménez Villafranca -director del Centro- me propuso que fuera una publicación en la línea de las aventuras editoriales de JJ (siempre fomentó que los catálogos de sus exposiciones fueran investigaciones experimentales. Nunca exigió grandes publicaciones, todo lo contrario, sus catálogos son pequeñas y maravillosos experimentos editoriales).
He estado reflexionado mucho sobre esta publicación y he llegado a varias conclusiones. El libro se inventó hace varios siglos. Es muy difícil de mejorar. Solo tenemos la posibilidad de alejarnos de este de una manera consciente y entendiendo todos sus efectos. Intentar realizar algo singular de un modo inteligente.
Este catálogo lo he planteado por un parte, como un homenaje al libro, y por otra y fundamentalmente a Julio, gran maestro y conocedor de todos los secretos de la edición y publicación, y que sabía la manera de tensar y propiciar unos resultados sorprendentes e inesperados.
El 30 de septiembre se inaugura en el Instituto de América de Santa Fe la exposición La mesa de disección. Obra gráfica, seriada, múltiple y reproductible de Julio Juste.